Las imágenes que nos miran
Cada retrato no es sólo un recuerdo. Desde que ocuparon las imágenes con escenas individuales o familiares, incluso en la Edad Media, las imágenes de sí mismos siempre han sido más que un recuerdo y una atestación: en cierto modo, un intento de evitar la muerte final que es el olvido que habita en ellos.
La transición de la pintura a la fotografía como técnica profundizó esta relación, especialmente a partir de mediados del siglo XX, cuando el acceso y la popularización de las cámaras masificó prácticas como el home mode, los enfoques de la vida cotidiana y, por supuesto, los selfies. De los autorretratos en pantalla a la grabación en película cambió el dispositivo, pero permaneció la trascendencia del yo en la representación de las cosas.
Insertados en un contexto que va más allá del mero registro y marcado por otros significados, los selfies también llevan consigo lecturas que se desbordan más allá de la memoria. Selecciona operar denotaciones, afectos, un sentimiento de estar en el mundo que comúnmente contiene en sí mismo más que el registro y la visibilidad.
Sin embargo, en tiempos de inmensa exposición y de conectividad permanente, la autoimagen y el mirar sólo a uno mismo corren el riesgo de eclipsar una visión más larga del mundo. Pueden sabotear la ausencia interna necesaria para una percepción más refinada y menos superficial de lo que nos rodea.
Estas fueron algunas de las ideas que guiaron el proyecto Selfie Interior, llevado a cabo con estudiantes de fotografía en un curso de diseño en la Universidad Unesp-Bauru.
El objetivo era estimular una mirada más atenta a través de registros fotográficos que tradujeran sentimientos y percepciones sobre la vida cotidiana personal. Imágenes de uno mismo, pero sin estar presente en ellas; el espacio interior traducido al mirar lo que nos rodea.
Antes del proyecto hubo discusiones sobre autores como Ernst Haas, Béatrice Helg, Cristiano Mascaro, Felipe Dana, Franco Fontana y otros en áreas como el fotoperiodismo, la arquitectura y el arte.
A partir de las obras analizadas se crearon ensayos colectivos que buscaban profundizar la relación entre lo que se mira y lo que se ve y se percibe internamente.
Entonces, buscamos individualmente crear perspectivas de autor que mediaran entre los sentimientos, recuerdos y proyecciones de la vida cotidiana y una percepción capaz de hacer una sinapsis visual entre ellos.
Fueron parte de las conversaciones y del contenido adoptado como estrategias de sensibilización fragmentos de la obra de Susan Sontag On Photography, permeados por la discusión política sobre la imagen en el siglo XX y el poema Yo-sin-poesía, de Paulo Leminski (no soy el silencio/lo que significa palabras/aplauso/para actuaciones de azar/un río de palabras/un minuto de silencio/pausa valses tranquilos/y un poco de olvido/sólo uno y yo/puedo dejar el espacio/y protagonizar este teatro/que se llama tiempo).
Las imágenes del otro en mí
La producción de las imágenes se desbordó en una intensa experiencia estética, en la que se desvelaron no las apariencias, sino las esencias sobre la vida misma. Manifestaciones de una poética visual compartida entre el yo y el otro; un ejercicio de alteridad que revelaba más que imágenes.
En su libro “Lo que vemos, lo que nos mira” (Editora 34), Didi-Huberman dice: “lo que vemos sólo vale – sólo vidas – en nuestros ojos por lo que nos mira. Ineluctable, sin embargo, es la división que separa dentro de nosotros lo que vemos de lo que miramos”. En este sentido, lo que ocurrió fue una búsqueda de esta división, para entender e intentar superar la frontera entre lo que vemos y lo que nos mira.
Inmersos en la dimensión mediática y virtual de los flujos digitales y en línea, también le delegamos parte de nuestra existencia. Un espacio en el que operamos los discursos de imagen que se convierten en extensiones de nuestra identidad.
Como señala Marshal McLuhan en “Los medios de comunicación como una extensión del hombre”, creamos una relación simbiótica entre nuestros discursos, los medios en los que fluyen y lo que se nos devuelve. El exterior es lo que proyectamos; es nuestra propia mirada la que nos revela.
Fragmentos del mundo
Lo que las imágenes del proyecto Selfie Interior revelaron fue un mosaico de recuerdos, afectos y desafectos, un ensimismamiento y revelación a través de la fotografía. Cuerpos parcialmente expuestos, reflejos, escenas vistas desde las ventanas, texturas; partes de un todo en el que la inclusión y las relaciones de la alteridad ocurrieron a través de la fotografía, un espejismo y una muestra en lo que está fuera, pero no menos aprehendido internamente.
Incluso cuando la imagen apunta a otra persona, es allí donde me veo a mí mismo, así como en los objetos y narraciones que construyo a partir de los fragmentos de mí mismo que encuentro en el mundo.
Texto: Rodrigo Galvão (@_rodrigogalvao) – Periodista, fotógrafo e investigador fotográfico. Doctor en Comunicación con investigación en fotografía de dispositivos móviles.
Imágenes: Estudiantes del curso de Diseño de la Universidad Unesp-Bauru